Donde murió Máximo Cárdena
Rafael R. Valcárcel
El día en el que a Máximo Guinassi le diagnosticaron cáncer
avanzado de pulmón, sus colegas apostaron dónde moriría. Aún le quedaban tres
meses para cumplir su condena en el penal Sarita Colonia.
“¿Máximo morirá en su hogar? Sí, No” fue lo que Renato
Obando, alias El Fly, escribió en el paredón del patio. Como era de esperarse,
todos los reos pusieron en juego su dinero, y nadie se extrañó cuando hasta el
mismo Guinassi entró en las apuestas. Pensaron que si no ganaba, le daría igual
perder sus ahorros.
En los dos meses siguientes, la cárcel fue testigo de la
miseria y de la grandeza humanas, y cada vez que recuerdo aquello me produce
una emoción distinta. Sin embargo, lo que siempre me deja un buen sabor de
memoria fue lo ocurrido tras su muerte, que se produjo en la celda 19-70.
César Leno, alias El Músico, el mejor amigo de Máximo
Guinassi, detuvo el reparto del pozo de las apuestas bajo el siguiente alegato:
“Para él éste era su hogar, o sea que nosotros ganamos”. Todos los perdedores
recobraron la esperanza y sacaron de sus bolsillos el único metal que les
quedaba. Ambos bandos, puñal en mano, reclamaron sus derechos… y no faltó el
inadaptado que propuso un juicio. Aquí he de aclarar que pocos de los reclusos
habían tenido uno, porque en Sarita Colonia muchos presuntos delincuentes eran
ingresados de forma ilegal; por lo que, además, gracias a la influencia de la
televisión, su referente de un juicio deseado era el de las películas
norteamericanas. Decidieron montar uno igual.
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